2 Corintios 12:20-21
La iglesia de hoy le da mucho énfasis a la confesión, en ocasiones a costa de una adecuada comprensión de lo que es el arrepentimiento. La confesión de pecado se mencionada dos veces en el Nuevo Testamento (Stg. 5:16; 1 Jn. 1:9), pero del arrepentimiento se habla con frecuencia. Debemos tener cuidado de no confundirlos, porque un creyente puede hacer confesión sin arrepentirse, pero no puede arrepentirse sin hacer confesión.
Es posible sentir tristeza y confesar el pecado, sin embargo, el arrepentimiento significa responsabilizarse por el pecado y resolverse a cambiar cualquier actitud o acción pecaminosas; esto es esencial para el crecimiento espiritual. La confesión verdadera, que reconoce como pecado lo que Dios llama pecado, va de la mano con el arrepentimiento, porque si sabemos que Dios odia lo que estamos haciendo, entonces no lo seguiremos haciendo.
Por medio de la confesión y la contrición, el creyente acepta la responsabilidad de renunciar a una vida de pecado por el poder del Espíritu Santo. El rápido perdón que da Jesús no debe tratarse livianamente. Debemos hacer algo más que decirle tranquilamente a Dios: “He fallado otra vez, y lo siento”. Para triunfar sobre el pecado reiterado, debemos decidir resistir la tentación y obedecer a Dios. Satanás seguirá acosándonos, y es posible que caigamos de nuevo, pero no debemos dejar de hacer una confesión sincera y de arrepentirnos hasta que Dios nos dé la victoria sobre nuestras faltas.
Arrepentirse no es sentir tristeza ni declararse impotente frente a la tentación. Es una condición en la que nuestro espíritu entiende el pesar de Dios por el pecado, se apesadumbra con Él y resuelve agradar al Señor.
Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
Juan 8: 12
Para que Dios siga manteniendo la paz y la tranquilidad en todo el territorio Salvadoreño y no exista más luto en las familias salvadoreñas.
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